No a los embalses, sí al desarrollo sostenible en el Pirineo aragónes

La Ronda de Boltaña tocando en una plaza Biscós (Jaca) abarrotada. Sé que la foto es muy mala, pero con el móvil y por la noche no se pueden pedir peras al olmo, amigos...
Jaca, la plaza Biscós abarrotada de gente, 11 de la noche del sábado 3 de agosto. El Festival Folclórico de los Pirineos 2013 ofrece uno de sus platos fuertes: el concierto de La Ronda de Boltaña. Y, como siempre, La Ronda no defrauda y no se calla: vuelve a cantar contra los pantanos que durante décadas han ido echando de sus casas a muchos montañeses y ensalza la forma de vida tradicional y el idioma del país, un país que empieza en la sierra de Guara y termina en la muga con Francia, en los puertos Viejo, de la Pez o de la Madera.
Yo ya los había visto en directo en Zaragoza varias veces y una tarde memorable los seguí por su pueblo en fiestas, rondando, bebiendo de los porrones y comiendo de las bandejas de dulces que los boltañeses sacaban de cada casa. Pero este concierto me gustó especialmente: los gritos de “¡Yesa no!” que de cuando en cuando coreaba el público, los aplausos en los que prorrumpíamos en medio de las presentaciones de las canciones que hacía como de costumbre Manuel Domínguez, cuando defendía las lenguas de los aragoneses, incluida el catalán, o cuando recordaba que el Gobierno autonómico no había querido ni hablar de la posibilidad de que el maravilloso "Canto a la Libertad" de Labordeta (que interpretaron) fuese el nuevo himno de Aragón... El concierto estuvo cargado de sentimientos: de rabia, amargura y nostalgia cuando se hablaba de Jánovas, de Mediano, de la bolsa de Bielsa... y también de fuerza y optimismo cada vez que se decía Sobrarbe o Aragón en cualquiera de las canciones, cuando se hablaba de la primavera, de volver, de hacer crecer de nuevo nuestra tierra.
¿Lo mejor del concierto? Notar como por cuatro o cinco veces las lágrimas se te vienen a los ojos y la voz se te quiebra y no puedes seguir cantando, ver cómo el señor mayor que tienes al lado llora como un chico pequeño al escuchar sus propios recuerdos en la letra de una canción y, sobre todo, oir decir a mi hija de nueve años después del subidón de “Bajo dos tricolores”, mirándome con los ojos húmedos: “Son canciones muy bonitas, papá”... Cuando le oí eso a mi pequeña, supe que nada está perdido.
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