Obarra, el agujero entre rocas


En primer término la ermita de San Pablo. Detrás la iglesia de Santa María de Obarra.
El segundo fin de semana de septiembre lo he pasado en La Ribagorza. Dos noches alojado en Benasque, disfrutando del pueblo con la temporada turística veraniega tocando ya a su fin, sin agobios, y un domingo en el que he conocido un lugar que me ha parecido absolutamente espectacular: el monasterio de Santa María de Obarra. Este lugar fue el centro neurálgico del condado de Ribagorza, uno de los territorios que formaron el primitivo reino de Aragón, allá por el siglo XI.
El prado donde se asienta el monasterio, junto con el semiderruido palacio episcopal, la ermita de San Pablo y un viejo molino harinero reconvertido en colonia de verano para grupos de jóvenes es un espacio realmente mágico. Está justo a la salida de un estrecho desfiladero, el congosto de Obarra, rodeado de altos muros rocosos naturales (de ahí su nombre de etimología vasca, que quiere decir "agujero entre rocas") y, como nos contaba Rosa, la guía que tuvimos el placer de que nos explicase la historia y el presente del lugar, es un sitio ideal para conectar con nuestro plano espiritual.
Cuando llegas al prado donde está el conjunto de edificaciones no puedes evitar sentir una honda impresión. Dejas volar la imaginación y te pones en la piel de las gentes que al principio del segundo milenio peregrinaba hasta aquel centro de inmenso poder terrenal y divino y veían la mole del monasterio... A mí me parece una obra magnífica, digna de admiración, y he visto cosas como el arco de La Défense. Me hago una idea de lo que tenía que sentir un pobre diablo que no sabía leer ni escribir, que creía que Dios podía fulminarlo en cualquier momento por desobedecer sus preceptos y vivía en una choza: tenía que ser estremecedor.
Los tres ábsides que coronan las tres naves de la iglesia de Santa María.
Después entras en el monasterio y ves las hileras de columnas de perfección geométrica y las sólidas cúpulas. Un bosque de piedra que te protege y te amenaza. Rosa, la guía, explica los secretos numéricos del monasterio, cómo los constructores lombardos usaron el 3, el 7, el 12... para recrear la Jerusalén celestial. Nos cuenta también cómo el monasterio es un gran calendario de piedra (no puedo evitar pensar en Stonehenge) que permitía a los monjes llevar la cuenta de los años bisiestos, de los días que faltaban para semana santa tomando como referencia la segunda luna llena de otoño, cuyo rayo penetra por la ventana central del ábside de la nave principal e incide mágicamente sobre el altar... Y para acabar de dejarnos sin palabras a todos canta con una voz impresionante unos cuantos versos en latín: es el gregoriano que durante siglos llenó el aire del monasterio. El canto hace que vibre la atmósfera a tu alrededor, se te hace un nudo en la garganta. Es indescriptible, por mucho que os lo intente relatar.
Impresionante interior. Lástima no tener más que un móvil para hacer la foto. ¿Véis los arcos sobre el muro del ábside? ¿Véis que hay tres completos y uno partido, sobre el sagrario? Los monjes iban cambiando en alguna fecha determinada un elemento de arco en arco, una vez al año, y cuando llegaban al partido era año bisiesto. Además, la ventana central es la que deja pasar el rayo de luna durante el segundo plenilunio de otoño, para contar 21 semanas a partir de ese momento y situar la Semana Santa en el calendario del año siguiente. También el sol penetra por esa ventana e incide sobre el altar durante el periodo que precede y sigue al solsticio de verano.
Y en contraste con el poder y la grandiosidad del monasterio, entras después en la pequeña ermita donde los peregrinos que se dirigían a Santiago (sí, por aquí también pasaba un ramal del camino...) podían pernoctar o incluso quedarse durante un tiempo a reponerse de las penalidades que habrían sufrido al atravesar los Pirineos. Allí la grandiosidad da paso a un recinto preparado para instalar literas de tablas, con el techo ennegrecido por el humo de hogueras encendidas cada noche durante cientos de años, que se contrapone de forma brutal con la perfección de Santa María: ningún lujo, ninguna piedra labrada, ningún calendario lunar, sólo un techo para calentarse y comer lo que los monjes ofrecieran.
¿Qué más puedo decir? ¡Visitadlo si tenéis la oportunidad! Sólo espero que la visita os haga sentir lo mismo que sentí yo mientras estuve allí, en el agujero entre rocas, y que el recuerdo os emocione como a mí mientras termino este post...
Visión general del monasterio de Obarra. Apetece visitarlo, ¿a que sí?
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