El último valle

La torre del castillo preside el caserío de Troncedo, en el valle de La Fueva.
Supongo que algunos de vosotros habréis reconocido en el título de mi post el de una película de Michael Caine del año 1970. En esa película, ambientada durante la guerra de los 30 años en una Europa asolada, una compañía de mercenarios llega a un valle que no ha sido afectado por la peste ni la destrucción, un pequeño paraíso rodeado de desolación que vive ajeno a ella. Algo así se siente cuando se llega al valle de La Fueva, en la provincia de Huesca: ni Sobrarbe ni Ribagorza (aunque los mapas lo incluyan en la primera de las dos comarcas), un triángulo situado entre el Cinca, el Ésera y la sierra que comienza en la Peña Montañesa y se prolonga hacia el macizo de Cotiella alberga uno de los rincones más preciosos del Pirineo aragonés. Con su población más importante en Tierrantona, está salpicado de pequeños pueblos que se han salvado de la especulación urbanística y el turismo desenfrenado de los últimos años y conservan el orgullo y la idiosincrasia de ser “fuevanos”.
Si la primavera es la estación de las flores, el otoño es la de los frutos...
El pasado fin de semana de El Pilar salí huyendo de Zaragoza, que uno está entrando ya en una edad en la que las fiestas dejan de apetecer y se prefiere la tranquilidad, y volví al valle de La Fueva. Ya había visitado la zona durante el puente de la constitución en 2009 y me enamoró. En aquella ocasión visité el sobrecogedor castillo del Muro de Roda, recorrí las retorcidas carreteras del valle y pasé por un pueblo que me quedó en la lista de “asuntos pendientes”: Troncedo. Tenía que volver...
Como en la anterior ocasión, volví a alojarme en O Chardinet d’a Formiga, una casa rural preciosa en un pueblecico que se llama Charo. Fue un enorme placer reencontrarme con sus propietarios, Ferrán y Mireia, dos excepcionales anfitriones y encantadoras personas. Compartimos unas buenas charradas alrededor de la mesa comunal donde todos los hospedados desayuna y cenan, intercambiamos futuros proyectos y, yo al menos, disfruté muchísimo de su compañía.
Desde Charo a Troncedo habrá veinte minutos de carretera llena de curvas que merece la pena recorrer y que atraviesa Formigales, un pequeño núcleo con una impresionante casa fuerte presidiéndolo. Troncedo es un pueblo realmente precioso, lleno de casas antiguas rehabilitadas con tino y algunas nuevas perfectamente mimetizadas con el resto del caserío. Está situado como alineado sobre una cresta que termina en la impresionante atalaya del castillo, del que sólo quedan las ruinas de un imponente torreón que fue recientemente consolidado para evitar su ruina total. Desde lo que en su tiempo fue el patio del castillo se divisan las fortificaciones de Samitier y el Muro de Roda, en despejadas visuales que los pondrían en comunicación mediante algún tipo de señal cuando todo el valle era la frontera del incipiente reino de Aragón frente al califato de Córdoba, allá por el siglo XI. Desde la explanada, el semiderruido torreón parece una cara que sonríe o más bien una calavera descarnada que te mira desde sus cuencas vacías. No puedes evitar sentir un poco de pena por el esplendor perdido de la magnífica fortificación, que 1000 años atrás defendía las tierras de la montaña de las incursiones musulmanas.
La torre del castillo a mi espalda. Yo estoy donde se encontraba el patio de armas de la fortaleza. (Foto: Pilar Pérez)
Recorriendo el pueblo desde el castillo hacia su otro extremo pasas junto a su iglesia románica, atraviesas las calles empedradas y llegas, si continúas un poco más allá, a una zona de campos semiabandonados en la que se ubica la ermita del Carmen, una pequeña construcción que merece la pena más por su entorno y las vistas que se tienen desde allí que por su valor arquitectónico, pero que os recomiendo visitar igualmente. Durante el paseo descubrí muros de piedra seca para separar los campos y marcar los caminos de herradura que sólo había visto tal cual en La Iglesuela del Cid, en el Maestrazgo turolense, al otro extremo de Aragón. La piedra seca era la forma habitual de construir estos muretes en todas partes, pero la manera de colocarla tan particular sólo la he visto en estos dos lugares. Una agradable sorpresa etnográfica.
Muros de piedra seca delimitando los antiguos caminos cercanos a la ermita del Carmen.
Además, desde la ermita del Carmen parte una ruta que nos recomendó hacer Ferrán, de O Chardinet, y que se quedó pendiente para una nueva visita a La Fueva: se trata de una caminata para un día entero que pasa por varios despoblados (Latorre, Lavilla, Solanilla, Cotón…) que se encuentran entre Troncedo y Formigales. Es una excusa como otra cualquiera para volver.
Espero que las fotos que os he incluido os animen a conocer la zona y confío en que sabréis apreciarla y cuidarla. Si no habéis estado nunca en La Fueva, de verdad, no sabéis lo que os perdéis…
¿Qué más queréis que os enseñe para convenceros de que tenéis que visitar Troncedo?
El resto de las fotos que hice y que creo que merece la pena ver están en mi perfil de facebook, seguid este enlace.

Si os ha gustado este post, tenéis otros sobre temas similares a un clic de vosotros en las etiquetas que hay más abajo. Y si os gusta el blog os podéis suscribir por RSS y correo electrónico, o seguir mis actualizaciones en mis perfiles de Facebook (https://www.facebook.com/JVenturaUnlimited), Twitter (https://twitter.com/AJoaquinV) y Google + (https://plus.google.com/u/0/112624502729708698782/posts).